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Del hastío a la esperanza

17/07/2012

Del hastío a la esperanza

Reflexiones políticas en torno a Mounier[1]

cf: Instituto Emmanuel Mounier Argentina

Desde la perspectiva de Mounier, hay un primer elemento que no podemos evitar al referirnos al campo de lo social: debemos comprometernos y no de cualquier manera, sino políticamente. Lo primero que debemos asumir es que no podemos esperar “las causas perfectas ni los medios irreprochables”, ya que en palabras de Mounier esto implica renunciar a actuar. Dicho de otro modo, es menester saber que “sólo nos empeñamos en combates discutibles sobre causas imperfectas”. Por tanto rehusar el compromiso por una pretensión purista de la acción, es rehusar a la condición humana.

Por otro lado, sabemos que no es nada novedoso interpelar al compromiso. Todos los hacen. Según Mounier se habla siempre de comprometerse, como si dependiera de nosotros: pero nosotros estamos comprometidos. La abstención es ilusoria: quien “no hace política” hace pasivamente la política del poder establecido[2]. Por tanto –señala Mounier- nuestra vocación no puede abrirse camino sino a través de este cuerpo, este medio, esta clase, esta patria, esta época. Soy un yo-aquí-ahora-así-entre estos hombres-con este pasado[3].

Quizás sea hora de asumir el coraje para pensar y proponer cómo sería una política centrada en la persona humana y, por lo pronto, soltar referencias ambiguas del pasado. Me refiero a esas prácticas y discursos reproductivos, multifacéticos, ambiguos y sin una identidad que se precie de tal. Es momento de pensar otra lógica en donde de una vez por todas –y sin desconocer los profundos conflictos que entraña el poder- se procure un bien común que paulatinamente deponga el individualismo hacia horizontes de responsabilidad personal del “nosotros”. Para ello sugiere Mounier “hay que reconocer el sentido de la historia para insertarse en ella; pero al adherir demasiado bien a la historia que es no se hace ya la historia que debe ser.”[4]

Diez aproximaciones para una política personalista

Las siguientes ideas están basadas en diversos textos de Mounier y de otros referentes del personalismo que se plantearon la cuestión política. Entre los más salientes tomamos uno de José Luis Vázquez Borau[5], presidente del Instituto Emmanuel Mounier de Cataluña y otro de Herman Van Rompuy[6], presidente de la Unión Europea[7].

Del mismo modo, cabe resaltar antes de cualquier postulado, esa intuición previa, ese espíritu, que da marco al personalismo, que de perderse, todos los elementos que prolijamente enumeremos a continuación no serán más que ideas vacías.  Esta corriente del pensamiento y de la vida convoca especialmente a todos aquellos que guardan aún una esperanza en el ser humano. A aquellos que pese a los grandes males de nuestro tiempo y de la historia no dejan de ver en la persona humana, una grandeza escondida, un proyecto por realizar; todos los que de modo misterioso pero intenso, presienten el valor que nos eleva por sobre la mediocridad y el sinsentido, y el convencimiento de que en cada hombre “hay más cosas dignas de admiración que de desprecio”.

1. Nuestra acción no consiste en combatir contra una ciudad inconfortable[8]. Si bien es cierto que sin un mínimo de necesidades básicas cubiertas, sería cínico –ya no idealista- apuntar a una realización superior a la material, no obstante debe posicionarse como norte del desarrollo, más que exclusivamente la prosperidad y el bienestar, la realización espiritual del hombre. El desarrollo material no debe ser la última política posible, en donde la felicidad de una nación se mida por el alcance a ciertos bienes de consumo o tecnológicos que provean de confort. Debe surgir una opción que combata la reducción de la filosofía y el pensamiento político a una simple técnica impersonal. Se nos invita a pensar categorías de sentido más que de motivación; de respeto más que de poder; de valor más que de eficacia[9]. De este modo nuestra tarea se opone a una lógica exclusivamente orientada hacia los resultados y el enfrentamiento faccioso. En esta tarea de rehumanización -en un marco de valores personalistas y comunitarios- los problemas sociales, deben plantearse más allá de una visión técnica-estadística. “El personalismo –señala Van Rompuy- parte de la idea de que el respeto a la dignidad humana no se encuentra  solamente en el desarrollo del bienestar y en la garantía de los derechos (enfermedad, limitaciones, vejez….). La organización de una sociedad tal, da sentido a la acción política, pero el hombre en tanto que hombre desea igualmente que su vida tenga un sentido”.

2. Un servicio permanente en favor de la verdad: Un trabajo de denuncia y de solidarización. Denuncia de todo avasallamiento a la dignidad de la persona y de la vulneración de Derechos Humanos. Este carácter ético de la política que proponemos exige un alto compromiso de integridad personal el cual debe operar en todos los ámbitos. No es más ni menos que una coherencia de vida y acción en torno a los valores que defendemos. “Un hombre –señala Mounier-  que forma a otro hombre en la línea de su vocación y lo arranca de la dispersión o de los refugios en que se guarece, para que él se revele ante sí mismo y confiera su vida el sentido que ésta exige, hace más por la revolución espiritual que cien conferencias públicas”[10].

3. Centrar la acción en el testimonio y no en el éxito. En relación al punto anterior y a diferencia de la política de nuestros días, en que más que hacerse cargo el funcionario de su mandato y responder a la ciudadanía que representa, asistimos al teatro de la inculpación. Siempre es otro el responsable de lo que acontece en lugar de quien lo es de hecho. Nuestro testimonio debe consistir en hacernos cargo y mantener una conducta. Este tipo de disposiciones abiertas al diálogo y a una construcción conjunta, en donde el político no es más que un humilde servidor, puede alcanzar resultados mucho más profundos, de transformación y de unidad a largo plazo, que el mero exitismo inmediato, que no se sostiene más que en el impacto efectista que se propone. Según Mounier, “los que buscan el éxito se preocupan en hacer antes que ser, los segundos [los del testimonio] intentan ser para poder hacer, o para que sea hecho, con o sin ellos”[11].

4. Luchar contra la despersonalización de la persona en manos del grupo-masa. Lo colectivo como tal no es comunidad per se ni mucho menos comunicación o comunión de conciencias. Es necesario promover una sociedad de personas libres y abiertas a la creación (sujetos dueños de su propia vida que puedan dictarse a sí mismos sus propias reglas: reivindicación de la vocación y del conocimiento de uno mismo). A su vez, el político personalista no puede perder de vista la persona individual sumergida en la masa. Debe tener la sensibilidad de conmoverse ante el rostro sufriente en medio de la multitud y ser respuesta ante las realidades particulares. Es menester al mismo tiempo abandonar la actuación demagógica y la exaltación de determinados grupos, sean “los trabajadores”, “las clases populares” o el colectivo que fuera, pues allí se reduce la diginidad inexpugnable de la persona determinada discursivamente a una pertenencia que probablemente no le concierna en lo más mínimo, o en su realidad dolorosa no se sienta interpelado como tal. Cuando el demagogo se engalana por lo que ha hecho en favor de una bandera, supongamos los Derechos Humanos y da como cumplida esa asignatura -pues la opinión pública se lo reconoce como acierto de gestión-, la soledad de la víctima de una causa no resuelta y el mal que se ejerce sobre la misma, crecen proporcionalmente a la eficacia que el discurso político se atribuye a sí mismo.

5. El valor de la justicia. Nos podemos inspirar en Platón[12], que exigía ante todo la justicia en la ciudad. Sin esta justicia el equilibrio político está en peligro. Platón afirmaba que la “República” no es sólo un conjunto de relaciones armoniosas, sino también una amistad de sabios. Sin estas dos cosas: la justicia-equidad por un lado y la amistad por otro, todo es inútil, la ciudad no estará nunca en orden.

6. Prioridad por los más desfavorecidos. En relación al valor de la justicia, ésta debe referir a un sistema económico que ofrezca oportunidades para quienes más necesitan, constituyendo el centro de su acción la prioridad por los más vulnerables. “Me dueles, luego existo”, el lema de Carlos Díaz, puede orientar la política personalista a acoger a las personas al margen del progreso (el huérfano, la viuda, el pobre, el inmigrante).

7. No confundir al hombre con su función. La persona no puede reducirse a sus funciones (sean políticas, económicas, sociales, psíquicas, físicas, etc.) sin un detrimento profundo de su dignidad y de su ser. El mundo de hoy se apoya sobre la idea de función, por lo cual es urgente que una filosofía sepa rescatar la dimensión ontológica del ser personal, e impugne el “espíritu de abstracción” que deshumaniza lo humano (concepto de Gabriel Marcel trabajado por Martín Grassi del IEM). “El concepto de ‘comunidad espiritual´ de las personas en virtud de algo que une –en palabras de Vázquez Borau-, desaparece para dar paso a los fines y medios exteriores a la persona. Son comunidad de intereses, de compromisos comerciales, de objetivos que proyectan o encarnan la desaparición de la persona como único objeto y proyecto de las comunidades de pueblos y naciones”. Muy por el contrario de los teóricos del Estado totalitario, las personas no están hechas para las funciones y aquí tenemos otra orientación importante: las funciones están hechas para desarrollar la capacidad de los que las desempeñan (vs. burocracia).

8. Una lógica opuesta a la de amigo-enemigo. El personalismo político debe comprender que vivimos en una sociedad donde la política se ha desentendido de la persona, de la amistad, de la reciprocidad de las conciencias, para convertirse en una lucha por el poder en contra de todos los demás. Se trata de construir fraternidad y comunidad, categorías perjudiciales para la política que se guía sólo por el dominio y la supresión de los adversarios[13].

9. Velar por la realización del nosotros (yo-nosotros más que yo-ellos) y combatir la sociedad del anonimato. Transformar las relaciones indirectas jurídicas, formales, institucionales sin contenido personal. Promover el amor como lazo de unión entre yo-nosotros, en vez de su paulatino desplazo por la norma, que en vez de unir a las personas las separa y las mediatiza. “Subordinación de la libertad individual del “yo” a la responsabilidad “personal” respecto del nosotros”, concluye Van Rompuy.

10. Construir una “democracia personalista”. En su seno se deberá proponer otra cosa que lo que ofrece la democracia secular, que según Vázquez Borau puede identificarse en algunas de sus manifestaciones negativas: desde una concepción consumista, egoísta y hedonista de la vida; hasta la carrera armamentista, el no cuidado del medio ambiente (visto exclusivamente como recurso), guerras, racismo, xenofobia, pobreza, drogadicción, prostitución, entre otras. Cabe recordar que la democracia no es un bien en sí mismo: su valor está en los valores –valga la redundancia- que incorpora y promueve.

  

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[1] La siguiente reflexión proviene de los encuentros que mantenemos en el Instituto Emmanuel Mounier, ámbito en que un grupo de personas nos encontramos para construir alternativas creativas, tratando de pensar más allá de las lógicas enquistadas del poder por otra manera de habitar la ciudadanía.
[2] Mounier, Emmanuel; Personalismo; Edudeba, Buenos Aires, 1972, p. 53. En relación a esto señala Mounier que la no intervención es ya una filosofía y se refiere para ejemplificarlo a lo acontecido en Europa entre 1936 y 1939, que dio pie a “la guerra de Hitler”.
[3] Mounier, Emmanuel; ¿Qué es el personalismo?; Ediciones Criterio, Buenos Aires, 1956, p. 42
[4] Mounier, Personalismo, p. 39
[5] http://www.personalismo.net/persona/maritain-mounier-y-la-acci%C3%B3n-pol%C3%ADtica-personalista
[6] http://www.personalismo.org/recursos/articulos/van-rompuy-hermann-del-personalismo-a-la-accion-politica/
[7] Por supuesto que de lo que se trata no es de traer ideas europeizadas descontextualizadas a nuestra realidad argentina y latinoamericana. Sin embargo, para construir una opción diferente en nuestro suelo, siempre es positivo el ejercicio de intentar mirar la coyuntura local desde otro prisma, conociendo al mismo tiempo la imposibilidad de abstraernos de lo que nos constituye. Y ese es el desafío: asumir descarnadamente nuestra historia, pero con la clara convicción de no edificar un nuevo nacionalismo, como mitología fundacional particular sin comprender el valor universal y trascendente del hombre habite donde habite.
[8] Vázquez Borau señala para este primer punto que nuestra acción en vez de combatir contra una ciudad inconfortable, debiera combatir contra una ciudad malvada. Sin convencernos su conclusión, nos permitimos matizarlo.
[9] Cfr. Van Rompuy
[10] Mounier, Emmanuel, Rehacer el Renacimiento, Obras completas I, Salamanca 1992, 169-209.
[11] Ibíd.
[12] Cfr. Van Rompuy, op. cit.
[13] Cfr. Vázquez Borau, op. cit.

 

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